Hoy vengo con ánimos guerreros y combativos, sentir en la nuca el aliento de los 22 no es algo que me esté agradando mucho y me he levantado con la patita mala (recuerdo una vez más que en mi caso es la derecha).
Iba a escribir algo sobre la manifestación que el sábado se celebró en esta bella (sin acritud) villa que me acoge, pero no quiero herir (sin ironías) la sensibilidad (sin segundas) de los 1.750.003 (olvidaron contar los tres subidos a la estatua de Colón) bien intencionados (tal y como está escrito) asistentes, que a pesar del temporal salieron a la calle a respaldar a quienes en alguna ocasión perdieron a un ser querido en circunstancias violentas. En fin... no fui convocado y ellos sabrán por qué se les olvidó mandarme la invitación, aunque (y esto sí que es derecho a pataleo) que nadie olvide que no estaban todas las víctimas.
Así que nada, como estoy ácido y corrosivo, tendré que recurrir a mi pasado para dar rienda a los más bajos instintos de forma que nadie se sienta ofendido.
Sabido es, que en las provincias vascas ser de derechas es pecado mortal. Corría el año 2006 menos doce, cuando los treinta alumnos de mi clase de 4º de EGB (B) jugábamos en el patio del colegio un partido de futbol contra los treinta cafres de 4º de EGB (A) cuando al pequeño Itsasbeltza se le ocurrió meter el gol que a la postre dio lugar a la victoria de su clase frente a los cavernícolas de la puerta de al lado.
Gol que supuso mi discriminación durante los tres siguientes meses.
Y os preguntarésis... ¿Cómo es posible que de heroe pasara a villano tan rápidamente?.
Pues porque mi compañero de pupitre Gametxogoikoetxea se percató que cuando marqué el gol había chutado con la pierna derecha.
Algo que un niño de Bilbao con diez años debería saber que estaba prohibido.