Ayer cometí el mayor de los pecados que un usuario de Linux puede cometer, hacer un borrado recursivo de un directorio sin comprobar en qué lugar me encontraba.
Afortunadamente lo hice sobre el directorio donde tengo mi cuenta de usuario por lo que no borré ningún archivo de sistema y por lo tanto todas las aplicaciones parece que funcionan con normalidad (o eso parece).
Como fuera que me percaté de mi tremenda aberración, logré parar el proceso borrado antes de que éste concluyera por si mismo. Eso sí, cualquier archivo o directorio que alfabéticamente estuviera situado antes que "eclipse" forma ya parte del olvido de mi CPU (quien por cierto supera en ello a los humanos en esa habilidad).
Así pues han desaparecido para siempre:
- Un fichero llamado "ahora" con un pequeño relato inacabado que iba a publicar en este blog.
- Una carpeta llamada "documentación" con un valor incuestionable.
- Un archivo llamado "blogs.txt" que contenía los 30 o 40 blogs que he leído por completo y que de vez en cuando ojeo para ver si han sido actualizados.
- Otro directorio denominado "cartas" con documentos word creados por amigos míos.
A puntito de caer en la hoguera estuvo el directorio "fotos", y de haber llegado a la 'v' hubiera tirado a la borda una semana entera de trabajo.
Y todo por querer instalar un cliente para chatear...