Creo que tendría unos trece o catorce años cuando un profesor me echó de clase. Recuerdo que lloré. No era la primera vez que sucedía algo así, pero sí la primera vez que mi expulsión había sido injusta.
Poco ha cambiado desde entonces, cada vez que veo una situación injusta, me siento igual. Quizá la rabia ha reemplazado a las lágrimas, pero el sentimiento de tristeza sigue invadiéndome.
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