viernes, 26 de agosto de 2005

El penúltimo.

Todos los febreros de mi época de estudiante, al terminar los exámenes, cogía el coche y me acercaba a los acantilados de la Galea a darme un paseo.

Allí en soledad, o mejor dicho, con la única compañía de mi mar Cantábrico hacía repaso de mi pasado y de mi presente, de a dónde me dirigía y a dónde quería ir...

Recuerdo el frío viento del invierno golpeando con fuerza mi cara y me acuerdo con especial cariño de las veces que la lluvía dificultaba mis pasos. En estos últimos casos los paseos eran más cortos pero mucho más gratificantes, apenas había avanzado medio kilómetro ya estaba totalmente empapado y con ganas de volver a casa. El "mal" tiempo ahuyentaba a las multitudes y sólo un par de locos nos atrevíamos a desafiar a los elementos. Esos días son los que más se disfrutan de aquellos parajes, pues sientes su belleza con exclusividad y genera un cúmulo de sensaciones indescriptible.

Y mañana, cuando esté tan cerca. No sé si podré evitar acudir a su llamada o si por el contrario me sumergiré inmediatamente en la vorágine de Bilbao, mi Bilbao, en fiestas.

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