viernes, 26 de agosto de 2005

Julián

El título del anterior post me ha traído a la mente a mi amigo Julián.

Julián fue probablemente la amistad que más tiempo se prolongó en tiempo y espacio durante mis años de adolescencia y primera juventud. Digo probablemente porque nunca me ha gustado medir la amistad, así pues eludo de calificar a alguien como mi mejor amigo entre otras cosas porque la amistad no es más que una especial forma de intaractuar entre dos personas distintas que tienen algo en común, y es precisamente ese "común" lo que hace que una amistad sea distinta a otra y por tanto imposible de cuantificar (pero no de cualificar). Sin ir más lejos a Julián y a mí nos separan fuertes diferencias ideológicas que no por ello han minado nuestra relación, es más, hemos compartido largas discusiones políticas en las que mutuamente nos reprochábamos ser unos "jodidos fascistas".

Dispersiones aparte, ahora que la madurez trata de instalarse en nosotros (más rápidamente en él que en mí) la relación se ha tornado menos cercana pero no por ello se han roto bruscamente los lazos afectivos que nos unieron. Es más, me consta que él se preocupa por los pájaros que aún pueblan mi cabeza y él siempre tendrá un rinconcito en lo más cálido de mi corazón como consecuencia de todo lo que compartimos.

Sin ser ninguno de los dos erúditos en el arte del habla, nos enfrascábamos en largas conversaciones sobre lo divino y lo humano, normalmente en compañía de otras personas (rara vez lo hacíamos solos), con el común denominador de tener unas cervecitas delante.

Así pues, salir con él significaba ir a tres garitos (en el que quedábamos, en el que tomábamos la penúltima y donde nos bebíamos la espuela). Sólo que había un pequeño problema... al final acabábamos tomando cuatro "penúltimas" y siete "espuelas".

Una de las cosas que provocaron que nuestra amistad no se fuera nunca al traste es que ninguno de los dos invadía el terreno del otro: a él le gustaban las rubias y a mí las morenas.

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