jueves, 5 de febrero de 2009

Estuve casi cuatro meses sentado junto al teléfono con la esperanza puesta en una llamada suya. Una lluviosa tarde de septiembre al fin se decidió.

Entonces con el corazón en un puño agarré el teléfono y me quedé observando como uno tras otro se iban sucediendo los timbres de llamada, obedeciendo a un impulso que me conducía a no contestar.

Quedó grabada una llamada pérdida en la memoria de mi móvil y mi adiós en forma de silencio en la del suyo.

Ese día aprendimos a olvidar...

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