viernes, 27 de junio de 2008

Desde que me dieron licencia para escribir a bolígrafo, apenas he vuelto ha coger un lapicero, lo mío han sido siempre los rotuladores de colores y la escritura con trazo gordo de forma que los circulitos interiores de las letras desaparezcan casi por completo hasta el punto de no saber si lo que escribo es un 'e' o una 'c'. Me produce cierto puntito de placer ver como las letras se distorsionan con los trazos gordos, dando una apariencia ambigua a la presentación de mis textos.

Hace años escribía a pluma, y aunque he tenido y me han regalado varias, la que más me ha acompañado ha sido la primera que tuve: una con sección gorda y que al tener doblada la plumilla producía un trazo grueso, claro que escribir con pasión y apretar con fuerza también ayudaban a ello. El problema era que esa pluma consumía un montón por lo que pronto abandoné los cartuchos de tinta y me pasé a los tinteros. Y a las jeringuillas.

Con la aparición del correo electrónico dejé de escribir a pluma. Sólo recuerdo haber enviado cinco cartas manuscritas desde el 2002. Pero estos inventos que crea el diablo también han echado a perder otra bonita costumbre mía: ya no puedo pegar los sellos con la efigie real al revés.

No hay comentarios: