Él era torpe con las matemáticas, muy torpe. Él era torpe en sociales y naturales. Él era torpe incluso en música, dibujo, deporte y religión.
Un día el profesor de lengua le sacó a la pizarra a leer su redacción. Cuál fue mi sorpresa cuando al escuchar sus palabras me quedé sorprendido por su elocuencia y facilidad para describir escenas cotidianas. Nunca me hubiera imaginado que aquel chaval, que tanto le costaba sacar los estudios fuese capaz de escribir ese texto tan bello.
Miré la mía y me dieron ganas de romperla.
Fue una de mis primeras curas de humildad...
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