viernes, 15 de julio de 2005

Afortunadamente no todos somos así

De entre las cosas que tenía en mente postear en la serie de artículos anterior, se encuentra ésta, que tristemente vuelve a ser un tema de actualidad.

Corría el mes de marzo de 2004. Madrid estremecida por las explosiones intenta recuperar la normalidad. De camino al trabajo, con miedo en el cuerpo, entró en mi metro una jovencita musulmana, con un hiyab cubriendo su pelo y una kefia anudada a su cuello. Portaba una mochila a su espalda y un cuaderno en su mano. Se sentó en un asiento lateral, dejó la mochila en el suelo, abrió el cuaderno y se puso a estudiar.

El imbécil que tenía a su lado al ver su presencia se levantó del asiento y rápidamente se dirigió al extremo opuesto del vagón.

Nunca suelo sentarme en el metro (a menos que vaya vacío), pues considero que siempre va a haber alguien más necesitado de asiento que un joven (eso creo...) como yo, y ni siquiera en aras de lo políticamente correcto decidí hacer entonces una excepción. Aunque me quedé con ganas.

Puede parecer una frase hecha cara a la galería, pero no es así. De las dos personas que participaron en esta historia tengo bien claro a quién temo más...

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