lunes, 2 de octubre de 2006

Aquellos días de Marzo (II)

No estoy empadronado en Madrid por decisión libre y voluntaria. Como consecuencia de ello no me corresponde elegir al alcalde que diariamente soporto, sino al de la ciudad de la que me siento más emocionalmente vinculado. Por otra parte he adquirido la costumbre de ir a votar siempre que se convoca una cita electoral, cayendo en el vicio del voto útil, entendiéndose este como una claudicación en favor de el(los) partido(s) ideológicamente más cercanos a mi pensamiento a pesar de sostener que nuestro sistema dista bastante de ser una democracia prefecta.

Ya no sé lo que es un voto presencial, desde hace bastantes citas he recurrido al voto por correo y en esos días de nevadas y temporales no iba a producirse la excepción a la regla. Lejos habían quedado las épocas de abstenciones, votos nulos, en blanco y hasta de algún guiño a la derecha. El parlamento y en especial los sillones azules (incluyendo el que ha desaparecido estos días... jeje) necesitaba una profunda renovación ("había motivo" clamaban algunos por entonces), y los sucesos de febrero - marzo de 2003 (que todos conocéis) junto a otros de índole personal acaecidos en mayo de 2003 habían provocado en mi interior una especie de sentimiento de venganza, que no me gustaría volver a sentir en mi interior nunca más.

Otro día había amanecido con neblina. Antes de ir al trabajo me encaminé hacia la oficina de correos más cercana de mi por entonces morada. Con mi voto en mano (o quizá escondido en algún bolsillo de mi abrigo) salí de casa, tal vez tomara la calle Cabanilles para llegar antes o tal vez me desviara por Abtao para pasar frente al café-librería que tan coqueto me parecía, paradoja, pues nunca entré en él a pesar de que fuera capaz de dar rodeos solamente con tal de pasar frente a su pequeño escaparate.

Cruzar la Avenida Ciudad de Barcelona, siempre me había parecido un incordio, pero por aquellos días más lo era enfilar la entrada de la Calle Téllez debido a las obras en los alrededores del cuartel (convertido hoy en polideportivo) Daoíz y Velarde y que permitían el tránsito de una única persona por su acera. Correos quedaba justo a mitad de la calle y era inevitable tener que esperar a quien subía por ella antes de encaminar los metros que separan de la puerta de la oficina.

Aun pretendiendo ser el primero en llegar no fue así. Siempre llego tarde a todos los sitios y tuve entonces que esperar unos quince minutos hasta poder ser atendido. Mi carácter nervioso hace que lleve mal cualquier espera superior a un par de minutos, así que cuando salí de la oficina, recuerdo estar bastante alterado, acrecentado en parte por el café que me había tomado en casa. Me detuve en la puerta para dejar pasar a varias personas que en ese momento bajaban, respiré el aire fresco de la mañana y sonreí pensando en el primer correo electrónico que iba a escribir nada más llegar al trabajo. Entonces enfilé la calle en dirección opuesta a las vías, introduciéndome en esa vorágine que solemos llamar... vida.

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