Hoy nada más salir de casa me he percatado de que me he dejado olvidado mi móvil en el suelo de mi habitación. Vaaaale!, lo reconozco!... el suelo de mi habitación no dispone en la actualidad de ningún hueco vacío y por tanto no es nada difícil dejar cosas abandonadas en él. Autoescarnios aparte, en cuanto me he dado cuenta de ello he esbozado una expresión de fastidio suficientemente concisa para que la chica que venía de frente se me quedara mirando con cara de "este tío no anda bien..."
Mi primer impulso ha sido el de volver a casa a por él, pero de pronto me he puesto a recordar aquella época (nada lejana, por cierto) en la que nunca llevaba el móvil al trabajo y el 80% del tiempo permanecía apagado o fuera de cobertura (apagado, no nos vamos a engañar). Época en la que presumía ser el único ser no moviladicto de la galaxia. Época en la que en el momento que aparecía la persona con la que había quedado, apagaba el móvil. Época en la para mí era incompatible los actos de tomar cañitas y llevar el móvil en el bolsillo.
He vencido la tentación y he continuado mi camino hacia el trabajo todo pichi. Bueno... lo de todo pichi es más adorno que otra cosa, en realidad estoy preocupado por mi móvil, el pobre... ahí solito, en casa...
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